Al conmemorarse en esta semana el 103 aniversario del natalicio de nuestro inmortal Juan Bosch, queremos compartir con ustedes un fragmento del Libro Fidel Castro Ruz: Guerrillero del Tiempo. Se trata del capítulo 8 completo. ¡Disfrútenlo!
Título: Fidel Castro Ruz: Guerrillero del Tiempo
Autora: Katiuska Blanco Castiñeira
Primera Parte, Tomo I
Ediciones Abril, La Habana, 2011,
Capítulo: 08 Cayo Confites,
Orfila, lanzarse a las aguas de la bahía de Nipe, Birán, regreso a la
Universidad.
Katiuska Blanco.- Comandante, la noche del 12 de
marzo de 2004, después de condecorar en
el Palacio de la
Revolución a la luchadora comunista chilena Gladis Martín,
Usted narró pasajes de la expedición de Cayo Confites.
Recuerdo con fascinación
la charla extendida hasta la madrugada. Se me quedaron grabados en la memoria
los riesgos por los que pasó después de lanzarse a las aguas de la bahía de
Nipe. Luego supe por el periodista Luís Báez que cuando usted se enroló en la
aventura, su mamá fue a buscarlo a Holguín para disuadirlo de su participación,
pero no consiguió convencerlo ¿Podría narrarnos toda la historia? ¿Qué razones
lo llevaron a sumarse al intento militar de liberar a la República Dominicana
de la dictadura de Trujillo?
Fidel Castro.- Finalizando el curso del segundo
año hice los exámenes de algunas asignaturas. Yo era el presidente de la Escuela de Derecho y todos
me conocían, además, como presidente del Comité Pro Democracia. Tenía muchos
amigos dominicanos que eran exiliados, y cuando se habló de que se iba a
organizar una expedición para derrocar a Trujillo, me sentí moralmente obligado
a participar. Tan pronto empezaron a reclutar gente, dejé de hacer los exámenes
que tenía pendientes y me enrolé en la expedición. Fue después de la tregua que
hubo en la Universidad ,
tras la reconciliación que tuvo lugar a partir de las elecciones.Es
necesario explicar que aquel grupo de Orlando Masferrer, Mario Salabarría,
Manolo Castro, practicaba la demagogia política.
Masferrer,
por ejemplo, había estado en la Guerra Civil
Española, del lado de la
República , era comunista, después se corrompió, renegó del
comunismo, pero e quedó con el lenguaje marxista-leninista que había adquirido
como comunista. No era mal escritor, como periodista sabía redactar bien, aunque
era panfletario en sus artículos. Primero tuvo una revista, creo que se llamaba
Tiempo en Cuba, desde la cual hacía todo tipo de cosas, chantajes, por ejemplo,
Era un pluma alquilada. Luego tuvo un diario.
Katiuska Blanco.- Si, lo editaba en Santiago de
Cuba y los analistas apuntaban como una ironía o un descaro insólito el hecho
de titularlo Libertad durante la dictadura batistiana.
Fidel Castro.- todo aquel grupo tenía ambiciones
políticas, de poder. No les quedaba ninguna ideología social ni política, solo
ambición de poder. Entre ellos el más ambicioso era Masferrer y era, a la vez,
el de mayor cultura política, el teórico pudiéramos decir; los demás: (Mario)
Salabarría, Manolo Castro y otros, habían sido gente de acción, pero sin
cultura política ni gran preparación.Manolo
castro líder entre los estudiantes, tendría alrededor de 40 años. Era una
persona adulta.Descubrí de
inmediato que en dicho grupo predominaban las ambiciones de poder. No existía
otro objetivo en su lucha; eran en realidad demagogos. Masferrer utilizaba su
formación Marxista, hablaba de los obreros, los campesinos, las causas
populares.
El grupo no
tenía acceso al Ejército, pero penetró el cuerpo de la Policía y llegó a
controlar todas las actividades policiales, los organismos represivos y la Policía Nacional como primer
elemento de fuerza, porque ambicionaban llegar al poder algún día. Como grupo
armado era fuerte; pero el Ejército batistiano era bastante reacio al gobierno
auténtico, solo existían algunos altos oficiales leales al gobierno.
Por
entonces, Batista había abandonado el país, aunque el Ejército que fungía
seguía siendo el mismo. EL gobierno de Grau lo mantuvo virtualmente.
Ascendieron con rapidez a un individuo, Genovevo Pérez Dámera y lo nombraron
jefe del Ejército. Dicho individuo resultó ser un ladrón, un corrupto, como
casi toda la gente del Gobierno.
Uno
de los factores que determinó el acatamiento de Batista al resultado de las
elecciones de 1944, finalizando la segunda guerra mundial, fue la gran campaña
contra el fascismo, contra las dictaduras, contra los gobiernos militares, todo
eso olía a fascismo y se consideraba repugnante. En tal clima Batista “el gran
demócrata” que luchaba en la coalición de los países “democráticos” contra el
fascismo, lógicamente, ante la montaña enorme de publicidad sobre la democracia
y sobre todos los derechos, tuvo que aceptar el triunfo de Grau.
Se
apartó, se fue para Estados unidos y Grau se quedó en el gobierno; pero el
Ejército siguió siendo batistiano. Un ejército al que Batista concedió toda
clase de privilegios, ventajas, prebendas, canonjías; los militares sentían
nostalgia por los años de su gobierno. Aunque seguían robando y conservaban
determinados privilegios, aquellos eran mucho menos que en la época de Batista;
él les proporcionó cuantiosos recursos.
Fue
verdaderamente absurdo que el gobierno civil de Grau mantuviera intacto al
Ejército batistiano. Eso también me sirvió de lección. Aquel Ejército podía
tomar el poder en cualquier momento.
Los
grupos que controlaban la Universidad
y la Policía
tenían aspiraciones de alcanzar algún día el poder y vieron en la causa
dominicana un poderoso instrumento para su política, la oportunidad de ganar
prestigio, armas y un gobierno amigo, vecino, un gobierno revolucionario; la
oportunidad de desarrollar un ejército, una experiencia internacional, como
parte de sus ambiciones de alcanzar el poder por cualquier vía. Actuando de
manera oportunista, se montaron en el carro de la revolución dominicana, una
causa que daba prestigio nacional e internacional.
Después
de la guerra, con Grau en el gobierno, Trujillo tenía que caerse, aunque en
Centro América había otros dictadores, ellos utilizaron demagógicamente tal
bandera con fines de política interna.
Por
entonces, nombraron Ministro de Educación a José Manuel Alemán, un hombre
absolutamente corrompido, un aliado de Grau, apoyado por la cuñada de este.
El
Ministerio de Educación era uno de los que contaba con más fondos, no tantos en
realidad, pero donde se podía robar con más facilidad. Entonces, el grupo de
Salabarría, Masferrer y Manolo Castro, hizo una alianza muy estrecha con
Alemán, aspirante a presidente en un futuro, quien pretendía mantener su
posición; no poseía ninguna historia revolucionaria, pero en aquel ambiente
politiquero creó una maquinaría política con el dinero robado, porque fue el
ministro que más robó en la historia de este país, como titular de Educación.
Dicho
politiquero corrupto también utilizo utilizó la causa dominicana para ganar
prestigio. Como ya casi todos los exiliados del movimiento dominicano se iban
reuniendo aquí, empezaron a organizar la expedición.
Pero
¿Quiénes los apoyaban en Cuba? El gobierno de Grau, a través de Alemán, y el
grupo de Masferrer que contaba con el control de la Universidad y los
grupos represivos. El gobierno asumió el financiamiento de la expedición: iba a
salir de Cuba, se estaba organizando en nuestro país y la mayor parte de los
que participarían serían cubanos. Algunos dominicanos que habían sido
terratenientes tenían determinados fondos, uno de ellos era el exsenador Juan
Rodríguez, nombrado jefe de la expedición, pero la mayor parte del
financiamiento lo pudo el gobierno cubano. En la FEU existía el Comité Pro Democracia Dominicano
donde yo venía trabajando desde muy temprano. Su importancia era relativa, no
contaba con recursos; era más bien una forma de expresar el apoyo de los
universitarios a la causa dominicana. Me había tomado muy en serio la tarea.
Yo no tenía nada que ver con Alemán ni
con el grupo integrado por Masferrer, Salabarría, Eufemio Fernández, Manolo
Castro-ellos eran los Jefes;- pero estaba comprometido con los dominicanos y
con el Comité Pro Democracia Dominicana, por lo que a la hora de la verdad,
cuando se preparaba la expedición para luchar contra Trujillo, me inscribí
inmediatamente, me incorporé a la expedición que se estaba organizando.
Consideré que era mi deber más elemental. Creo que fui el único del comité que
lo hizo.
Cuando llegó el momento de la
expedición, me marché hacia oriente y no pasé ni por mi casa. Viajé en guagua
hasta Holguín, donde se estaban reuniendo los reclutas, de allí partí para
Antillas y de Antillas para Cayo Confites, al noroeste de Camagüey. Fue en
verano, se iniciaban las vacaciones, había examinado algunas asignaturas, pero
otras las dejé pendientes porque llegó el momento de la salida y me fui.
Resulta curioso que me enrolara en
aquella expedición cuando los que estaban al frente eran mis enemigos. Yo tenía
amistad con los patriotas dominicanos luchadores durante muchos años, los
admiraba. Pero los cubanos que tenían todo en sus manos, quienes estaban al
frente de la expedición, eran mis enemigos; estaban contra el gobierno, y
nosotros en contra.
Después de las elecciones de la FEU hubo una tregua de meces;
en aquel periodo fue cuando me involucré en la expedición, en el mes de julio
de 1947.
Al Ejército batistiano no le gustaba
mucho este desorden: la expedición contra Trujillo, quien seguramente le
parecía un gran “patriota”, como Batista. No le gustaba mucho a un jefe del Ejército
corrupto, aunque era hombre de confianza de Grau. No admiraba aquello con mucha
simpatía.
Recuerdo que, trasladándome de Holguín
a Antilla, tuve una gran discusión con un teniente o un sargento llamado
Manfugás, porque detuvieron la caravana de camiones varias horas sin razón. Él
estaba con una patrulla de soldados, y yo tenía mi dosis altas de antipatía
contra el Ejército batistiano. Conocía a Manfugás de Birán, de la capital de
Mayarí; un suboficial de una familia de militares, alguno de ellos fueron
después esbirros. Tuvimos una acalorada discusión. Recuerdo muy bien el
incidente.
Aquello estaba tan desorganizado que a
mí me llevaron por el puerto de Antilla, más al este, no fui por Camagüey, sino
por la provincia de Oriente, mucho más lejos, donde decidieron los
organizadores. Y aquella noche o al otro día abordamos unos barcos.
No recuerdo en realidad el episodio de
mi madre; han pasado muchos años. Recuerdo que desde Antilla navegamos muchas
horas en una pequeña goleta. Vencimos el trayecto con mucho trabajo hasta que
por fin llegamos a Cayo Confites. Ubicado al noroeste de Camagüey, a unos doce
Kilómetros del archipiélago Sabana-Camagüey, Cayo Confites es como una cresta
rocosa con escasas vegetación, apartada del territorio nacional. Se encuentra
en las inmediaciones del Canal Viejo de Bahamas, cerca de un cayo inglés
denominado Cayo Lobo. No podía faltarle un faro como guía para las
embarcaciones. En Cayo Confites existía una lancha rápida, especie de
torpedera, que cubría frecuentemente la distancia entre Nuevitas y Cayo
Confites.Cuando llegué había alguna gente. La
plana mayor estaba encabezada por Masferrer.
Eufemio Fernández, miembro del mismo
grupo-tenía ciertas características que lo distinguían de Masferrer o
Salabarría, también había estado en la Guerra
Civil Española-, mandaba el segundo batallón.
Feliciano Maderne, jefe del tercer
batallón, era un revolucionario cubano de la lucha contra Machado, con
experiencia militar anterior. En el año 1932 trajo la expedición de Gibara.
Una gran
proeza que no terminó en nada; una especie de Granma con más gente y muchas
armas, en la época de lucha contra Machado. Habían librado una guerrita por
Gibara, al norte de Holguín, y fueron derrotados, pero adquirieron mucho
prestigio. En aquella época todo el que viniera en una expedición o participara
en alguna acción armada contra el gobierno, de Machado o Batista, alcanzaba
mucha fama.
A Maderne pudiéramos considerarlo un
hombre de izquierda, recto, progresista, diferente a los otros jefes. Una persona
honorable, patriota, caballerosa, más viejo que los otros; como tenía
experiencia militar-había sido cadete, oficia-, pusieron bajo su mando el
tercer batallón.
Naturalmente me enrolé en el batallón
de Maderne. No me fui al de Masferrer ni al de Eufemio; fui al único batallón
donde creí que podía ir. En él participé en dos o tres hechos importantes;
éramos 20 ó 30 hombres aproximadamente, de una compañía. Allí me hicieron
teniente, era jefe de pelotón y recibí instrucción militar. Hice ejercicios de
infantería con morteros, había que desplegarse, manejar armas; todo con un
carácter basta elemental desde el punto de vista militar. Las instrucciones no
eran muy sistemáticas, no existía un programa de preparación. Al final, me
hicieron capitán y jefe de una compañía porque el anterior desertó. Fue la
segunda oportunidad en que me dieron grados.
Debo decir que mis adversarios de la Universidad siempre me
trataron con respeto y nunca fui objeto de ningún intento de humillación,
nunca, nunca. No recuerdo ni una sola vez una falta de consideración o de
respeto en relación conmigo, aunque estaba en otra unidad que no tenía nada que
ver propiamente con aquel grupo.Además había una compañía de mortero
dirigida por un ex oficial, no se si de Nicaragua u Honduras, que se llamaba
Rivas. Era una buena persona, indiscutiblemente, un patriota centroamericano.
Así que existían tres batallones con
tres jefes cubanos y una compañía de morteros dirigida por Rivas. Los
dominicanos integraban la plana mayor de los batallones- en la jefatura
general-, o eran soldados, pero realmente, el grupo de cubanos tenía el control
de la expedición: la logística, los barcos, el mayor número de combatientes, le
dinero y todos los recursos en general. Allí se reunió la expedición para entrenarse
e invadir Santo Domingo y derrocar a Trujillo.
Fue una de las acciones pero
organizadas que conocí en mi vida: el reclutamiento fue público. Toda la habana
sabía que se preparaba un ejército para invadir Santo Domingo y derrocar a Trujillo. No se reclutó el personal a partir
de ideas. No fue sobre la base de una ideología; aceptaron a mucha gente sin
empleo que estaba pasando hambre, les hablaron de la expedición y ¡vaya usted a
saber lo que les ofrecieron! No hubo selección alguna, primó un espíritu
aventurero. No buscaron campesinos de las montañas, gente que conociera el
terreno; no, no, ¡la gente menos apta para una guerra revolucionaria fue la que
escogieron! Sin preparación política, con la única virtud de ser gente de
pueblo. Lo mal hecho empezó por el reclutamiento, la ausencia total de
selección y discreción. Claro, entre los enrolados, muchos dominicanos y
cubanos eran gente muy buena; Maderne y Rivas resultaron personas respetables,
pero la inmensa mayoría fue reclutada sin un criterio selectivo.
No se puede decir que eran gente mala,
pero no tenían una idea clara en relación con la causa que defendían, se habían
sumado por embullo, para ver si encontraban solución a sus problemas. No sé qué
les prometieron, tal vez les dijeron que cuando llegaran a Santo Domingo les
iban a pagar.
Más tarde, antes del Moncada, yo
personalmente recluté, organicé y entrené 1200 hombres; un solo individuo
prácticamente, en una organización
celular, secreta; tan secreta que atacamos el Monada y nadie se enteró de lo
que íbamos ha hacer. Pero, bueno, una característica que también prevalecía en
la época era la indiscreción, la falta de métodos conspirativos.
Si más adelante me hubieran pedido a mí
organizar una expedición seria contra Trujillo, lo hubiera hecho exactamente
igual a la que utilicé para el asalto al cuartel Moncada, y no se habría
enterado nadie. ¡Habría reclutado 1200 hombres para entrenarlos en la
clandestinidad, y no habría sido un escándalo colosal! Cuando el Moncada fueron
organizados y entrenados clandestinamente y era posible reunirlos en 48 ó 72
horas. Eso se podía hacer secretamente como hicimos lo del Moncada,
organizarlos en un mínimo de tiempo y con el máximo de discreción. En aquel
tiempo y con tantos recursos habría sido mucho más fácil.
Los reclutados para Cayo Confites,
estuvimos alrededor de 100 días-tres meses, por lo menos-, en condiciones
horribles: no había agua, no existía un campamento. El agua se llevaba en
bidones de petróleo, que ni siquiera habían sido lavados cuidadosamente, y
sabía a combustible; la comida era pésima, teníamos que cocinarla nosotros
mismos como pudiéramos, en tanques también, con mucho trabajo.
Eran los meses de primavera y verano.
Llovía mucho, no teníamos donde cobijarnos, sino en chabolas, unas pequeñas
cabañitas de paja que protegían de los rayos del sol, pero no de la lluvia.
Cuando llovía, como no teníamos capa ni protección alguna, nos empapábamos por
completo. Además, apenas tenía árboles aquel cayo; era arenoso. Se extendía
entre un kilómetro u 800
metros . De ancho eran unos 200 ó 300 metros y hacía el
suroeste tenía una buena playita, más profunda, donde se acercaban los barcos
provenientes del territorio nacional.
Las condiciones materiales de la tropa
eran miserables. ¡Increíble!, ¡Con todo el dinero, con todos los recursos de
que disponían! Mandaron a los hombres para un cayo desolado. Pienso que se
hubiera podido organizar muy bien: llevar agua, alimentos adecuados. Los jefes
permanecían en unas cabañitas… ¡No se sabe lo que ellos hicieron con todo aquel
dinero!
Lo que viví
me sirvió de experiencia porque me enseñó realmente qué cosas no deben hacerse.
Me percaté de que los jefes eran incapaces, ineptos en política y militarmente
como organizadores. Era una pandilla con ambiciones políticas: adquirir gloria,
prestigio, poder, armas, bases. Aquella mafia-vinculada a un gobierno
nepotista, corrompido y a uno de los personajes más ladrón y tenebroso de la
historia de Cuba, que fue José Manuel Alemán-, pensaba retornar a Cuba tras la
expedición, por buscar la notoriedad y los laureles.
Allí ocurrieron todo tipo de episodios:
algunos conflictos entre soldados, hubo quienes se mataron entre si por
problemas personales. Recuerdo una pugna entre Cascarita y alguien de la Habana que por problemas personales
había matado a otro.En una ocasión se produjo un
conflicto-cosa curiosa- entre el batallón de Masferrer y el de Eufemio.
Tuvieron un altercado a pesar de pertenecer al mismo grupo.
Eufemio era un hombre un poco más
decente, en mi opinión, más correcto que su tropa. Masferrer era muy despótico,
creo que en la Guerra Civil
Española había sido comisario y utilizaba los métodos de aquella guerra.
Siempre andaba rodeado de un grupo, mucho teatro, viviendo un sueño, no sé lo
que pensaría; era uno de los que tenía más autoridad. Mientras Eufemio era una
especie de caudillo, jefe amistoso y paternal en su batallón, Masferrer era
teórico, el jefe duro. Su batallón estaba en el extremo este y el de Eufemio en
el centro; el batallón de Maderne hacia el oeste, y cerca de allí radicaba la
compañía de morteros comandada por Rivas; más otros cubanos y dominicanos. Creo
que lo pero que había allí era Masferrer.
Cuando parecía que se iba a producir un
combate, hice una gestión; muy discretamente hable con Rivas y le dije “Rivas,
si esta gente entra en combate hay que apoyar al batallón de Eufemio porque me
parece mejor. Si entre los dos van a entrar en una batalla allí, el peor me
parece el otro, el más despótico, el más cruel”. Entonces Riva instaló los
morteros, por si de una forma u otra participábamos. Creo sinceramente que
habría sido decisivo; pero, por suerte, hubo un arreglo y no se produjo el
combate.
No recuerdo qué provocó el incidente,
pero debió ser algo intrascendente. Creo que por un problema de personalidad.
Pero, desde luego, Eufemio tenía menos antipatía entre la gente. Masferrer casi
quería imponer su jefatura y la disciplina a base del terror. Era un personaje
tenebroso, un verdadero loco. No sé si llegó a saber que cuando se produjo el
conflicto yo me incliné por la otra unidad.
Durante aquel periodo se esperaba más
personal, procedente de Cuba, Miami, y potros lugares. Estando en la isla, un
día llegó un grupo de dominicanos y, entre ellos Juan Bosch. Muy pronto hicimos
amistad. Entre tanta gente en el cayo a mí me gustaba conversar con él; de
todos los dominicanos que conocí fue el que más me impresionó.
Lo recuerdo como un hombre mayor,
cumplí 21 años en el cayo, y pienso que Bosch ya tendría unos 36 ó 37años. Su
conversación realmente conmovía, la forma en que se expresaba; parecía un
hombre muy sensible. Vivía muy modesto allí, igual que todos los demás, y creo
que sufría lo mismo que la gente. Yo no lo conocía, no sabía que era el
escritor, el historiador, el intelectual. Lo vi como un dominicano honorable,
de conversación agradable que decía cosas profundas y sensibles; transmitía
todo eso. Se le veía como una persona que sentía los sufrimientos de los demás,
estaba sufriendo por el trabajo duro de la gente. Además vivía la emoción, porque
era el intelectual, al fin y al cabo, que se incorporaba a la acción, llegada
la hora de la lucha-un poco como hicieron Martí y otros muchos intelectuales de
nuestra propia guerra-. Pudiéramos decir que era allí el hombre de mayor
calibre, el más destacado.
Muchas veces nos íbamos para un extremo
de la isla y conversábamos; sus palabras me marcaron mucho. Así nos hicimos
amigos. La amistad tiene un mérito por su parte, él ya era una personalidad y
yo era un estudiante joven que no significaba nada entre tantos jefes,
coroneles… yo era un teniente y mandaba un pelotón. Sin embrago, Bosch me trató
con mucha deferencia y consideración.
Estaba todo el mundo esperando con
ansiedad. Cada barco que atracaba despertaba esperanzas. Era la oportunidad de
que los dirigentes arribaran y se tomaran decisiones. Después que llegué, el
primero en atracar fue un pequeño barco, una especie de torpedera. En un
momento dado llegó don Juan Rodríguez, el gran jefe teórico de toda aquella
expedición por la parte de los dominicanos. Lo conocía, había sido, incluso,
trujillista, senador, tenía dinero y por eso cierto renombre. Arribó en un
abarcaza de desembarco llamada Maceo. Era el lugar donde el general Rodríguez
tenía su puesto de mando-eso de general era un título que se había puesto él
mismo.
Después tuvimos mucho tiempo esperando
otro barco; todos los días anunciaban que venía, y que cuando llegara se
iniciaría la expedición. Todo el mundo estaba desesperado con que viniera el
próximo, porque aquel cayo era un infierno.
Entonces, por fin llegó El Fantasma- le
pusieron así porque todos los días lo esperábamos y nunca se aparecía-; con su
arribo tuvimos la impresión de que se acercaba el momento en que zarparía la
expedición.
Se conocía que a disposición de las
fuerzas revolucionarias estaban algunos aviones bastante modernos, de la Segunda Guerra Mundial-corría
el año 1947-. Este grupo del gobierno cubano y los dominicanos consiguieron,
indiscutiblemente una cierta cooperación de los Estados Unidos, 12 ó 15 aviones
de combate. Con alguna frecuencia sobrevolaban la isla. Parece que para
levantar la moral de la tropa y hacer algún entrenamiento. De vez en cuando
volaban rasante. Quizás voló alguna vez un avión norteamericano y nosotros
creímos que se trataba de uno de los nuestros.
Aquello, desde luego, le daba cierta moral a la tropa; pero no tengo la menor
duda de que pasó algún avión yanqui también, para explorar el secreto más
conocido de la historia, lo publicaban los periódicos y de ello hablaba todo el
mundo; era una conspiración pública totalmente, un poco adaptada al carácter
latino, caribeño, cubano. Pero, claro, tal forma de hacer las cosas era
errónea.
Un día tuve que cumplir una misión. No
recuerdo bien a que me mandaron en una especie de torpedera rápida a Nuevitas y
a Camagüey. Estuve en Camagüey un día, vi la civilización 24 horas y regresé en
el mismo barco con otros, volví al cayo.
Cuando íbamos acercándonos al cayo,
Pichirilo (Ramón Emilio Mejía del Castillo), un dominicano jefe de aquel barco,
muy buen marino, una persona muy buena que luego vino con nosotros en el
Granma, vio una goleta a una distancia en que normalmente no se divisaría y
dijo: “esa es la goleta Angelita, de Trujillo”. Aquel hombre tenía una vista
tremenda. Yo me quedé asombrado por la seguridad conque afirmó su visión.
En cuanto llegó al cayo dio la voz de
alarma y avisó al mando que por allí estaba cruzando la goleta Angelita, de
Trujillo de se dirigía de este a oeste, como procedente de Santo Domingo. No se
sabía si se encontraba armada o estaba espiando, o que hacía por esa zona. Toda
la fantasía se desarrolla siempre en situaciones de expediciones, aventuras y
guerras.
Se armó en medio del Atlántico un
revuelo colosal. Un problema importante estaba tendido lugar. Se reunieron los
jefes, se formó la tropa, más bien un grupo grande de combatientes. Enseguida
pidieron voluntarios para atacar la goleta de Trujillo y tomarla. Yo fui el
primer voluntario que levantó la mano para la aventura de capturarla. Me
enrolé, tomé mi fusil y listo.
Entonces prepararon El Fantasma, porque
era más rápido que la Maceo. Nos
montamos de inmediato desde la misma orilla, porque era una barcaza de
desembarco, bastante grande, seriamos 20 ó 30 los encargados de la misión.
Dieron la vuelta, ya Angelita venía acercándose,
y de pronto, parecía que al ver nuestro barco, la goleta se alejaba. Estuvimos
unas tres horas para darle alcance, hasta que nos fuimos acercando, pegaditos
muy cerca, muy cerca. Efectivamente, cuando nos aproximamos lo suficiente se
comprobó que la goleta se llamaba Angelita y seguimos la misma operación hasta
que, a unos metros de ella, casi pegados, nos levantamos por la borda-porque
tenía como una cubierta- y le dimos el alto.
Había un hombre en cubierta al que se
le dio el alto, se le ordenó que no se moviera, pero el se movió, corrió y
entró. Yo era el que más cerca estaba, pero no le tiré; no sé si alguna de la
gente hizo unos disparos al aire. Le di el alto, se suponía que la goleta podía
estar armada, que podía tener dinamita, o traer gente bajo cubierta, soldados
de Trujillo. No sé ni cómo lo hicimos, sé que desde la proa del barco salté
sobre la cubierta de la goleta. Fui el primero que llegué, penetré en la cabina
e hice prisionero a los tripulantes. Pero me di cuenta de que aquel hombre no
era un peligro y no había nadie armado, no tenían ningún arma ni dinamita ni
nada. Era una goleta de Trujillo porque todo en Santo Domingo era de él y
cruzaba por allí porque era el lugar por donde tenía que pasar.
Por cierto, a Masferrer lo designaron
al frente del grupo de voluntarios. Estaba hecho todo un jefe, un gran general,
con el capitán del barco, en el puesto de mando. Nosotros tomamos la goleta,
hicimos prisionera a la tripulación y capturamos el barco. Recuerdo que regrese
en el Angelita, ya capturado, para Cayo Confites.
Aquella goleta generalmente viaja entre
Santo Domingo y Miami. Buscaba en Miami mercancías, entonces podía suponerse
que exploraba o espiaba, porque pasó cerca del cayo. Los jefes lo estimaron
así. Incluso, Masferrer y algunos hombres suyos trataron con rudeza a los
tripulantes. A los que iban a bordo les decían en términos violentos: “Ustedes
son espías y tienen que hablar o los vamos a fusilar”. De palabra y de hecho
los ofendieron. No me gustó aquella forma de tratar a los marineros del
Angelita. Yo no los golpeé ni los empujé ni actué agresivamente con ellos, más
bien casi me inspiraron pena.
Pero, bueno, cuando íbamos llegando de
retorno con el barco estaba reunida toda la multitud, mil y tanta gente,
esperando a la orilla de la playa; todo el mundo expectante para ver cual era
el desenlace de la gran aventura, de la cual salió capturada una goleta con
unos infelices trabajadores dominicanos.
Eso fue lo que nosotros hicimos,
nuestra proeza se redujo a capturar la goleta con unos infelices que no estaban
espiando, simplemente iban y venían de viaje a Miami a buscar mercancía; no
cumplían ninguna misión de guerra. Esta es la verdad.
Era gente buena, siete u ocho a lo
sumo. Llegaron, desembarcaron y empezaron a vivir con nosotros, se suponía que
eran prisioneros, pero al fin y al cabo, terminaron en la expedición, tanto los
marineros de la goleta como la embarcación misma.
Trujillo podía utilizar otra forma de
chequearnos: podía emplear aviones de exploración. La situación psicológica
propiciaba las imaginaciones. Además, todo el mundo sabía donde estábamos:
Trujillo lo sabía, Estados Unidos lo sabía, la expedición era pública.
Otro acontecimiento fue el día que
anunciaron la visita de Manolo Castro. Una mañana llegó como a inspeccionar. Su
posible presencia causó una gran expectación. Cada vez que iba a llegar un
líder, un jefe, alguien importante, en aquella multitud se producía una enorme
expectación: podían traer nuevas noticias o quizás pronto se iniciaría la expedición.
La gente quería invadir Santo Domingo, no quería seguir en el cayo; prefería el
infierno. Y yo, por su puesto, participaba del enorme entusiasmo, no tanto
porque me pareciera aquello infernal, sino porque me parecía maravillosa la
aventura a Santo Domingo; el papel de libertadores que desempeñaríamos.
Entonces,
cuando llegó Manolo Castro-creo que llevaba puesto un overol verde o algo así-,
desembarcó ante una hilera grande de gente que lo saludaba, y tuvo un gesto
conmigo, muy buen gesto diría. Delante de la multitud de 1200 combatientes,
ansiosos como yo de noticias sobre cuando demonios íbamos para Santo Domingo,
me saludó y me abrazó muy amistoso, todo el mundo aplaudió mucho en aquel
momento. Él era uno de mis enemigos en la Universidad. Estuve
contra el en todas las luchas universitarias porque representaba al gobierno.
Él no era como Masferrer, sino una
figura de ellos, respetada. No era de carácter despótico, violento. Aunque
tenía fama porque había matado en el año 1940 a un profesor universitario llamado Raúl
Fernández Fiallo, figura comprometida con un grupo asociado al gobierno de
Batista. Es decir, en aquella época Manolo Castro estaba en la oposición,
contra Batista. A los grupos que en la Universidad , en épocas anteriores, años 1930 y 1940,
estaban en la oposición le denominaban “del bonche”.
Katiuska Blanco.- ¡Que paradójica es toda la historia!
Sin embargo los “del bonche” que estaban en la occisión a Batista eran a su vez
su instrumento sin saberlo. Lo leí en su artículo “¡Frente todos!”, donde usted
denuncia la responsabilidad de Batista con el desarrollo del pandillerismo en
Cuba, porque él a través de su colaborador y coronel del Ejército, Jaime
Mariné, alentó “el bonche universitario”. Usted escribió: “…Aquel mal que
germinó en al autenticismo, tenía sus raíces en el resentimiento y el odio que
sembró Batista durante once años de abusos e injusticias. Los que vieron
asesinados a sus compañeros quisieron vengarse, y un régimen que no fue capaz
de imponer la justicia, permitió la venganza. La culpa no estaba en los jóvenes
que arrastrados por sus inquietudes naturales y la leyenda de la época heroica,
quisieron hacer una revolución que no se había hecho, en un instante que no
podía hacerse. Muchos de los que victimas del engaño, murieron como gangsters
hoy podrían ser héroes”.
Fidel Castro.- es un retrato exacto de lo que
aconteció. Manolo Castro, como oposicionista, había matado personalmente a
dicho profesor. Ello formaba parte de su leyenda de revolucionario. Y Mario
Salabarría también había matado a otro por aquella época, no sé a quien.
Katiuska Blanco.- Comandante, la Oficina de Asuntos
Históricos guarda una investigación que registra y detalla aquel suceso. Tal
como usted lo recuerda, Mario Salabarría abrió fuego en la Plaza Cadenas de la Universidad contra uno
de los elementos bonchistas. Se llamaba Mario Sáenz de Burohaga.
Fidel Castro.- De tal hecho le venía la fama a
Mario Salabarría, y de una acción militar, también a Manolo Castro. Sin
embargo, recuerdo que cuando este último habló conmigo en el balneario
universitario para tratar de persuadirme fue muy correcto, sin levantar la voz
ni amenazarme. Dichas presiones las hacían de forma mucho más sutil, con una
atmósfera creada en torno suyo.
Su carácter era totalmente diferente al
de Masferrer, pero participaba de aquella política. Tenía una posición muy
equivocada porque estaba con el gobierno y ocupaba un alto cargo en él, además
estaba asociado a Alemán, uno de los políticos más corruptos y corruptores
existentes en toda la historia de Cuba.
Pero allí, donde todos participábamos
juntos en la expedición, las diferencias internas políticas eran secundarias al
lado de la gran empresa histórica de derrocar a Trujillo y llevar la libertad a
Santo Domingo. El resto de las cuestiones perdía importancia.
Yo sentí que me tenían respeto y los
otros también, reconozco que existía cierta admiración. Puede que haya sido
porque los desafié. Es posible que ellos sintieran cierta admiración por aquel
individuo que no les tenía miedo, a pesar de que luchaba solo, desarmado,
contra una pandilla armada; que les hizo frente y que se enroló en la
expedición donde ellos eran los jefes. Pienso que sentían cierta admiración por
tal conducta que yo seguía como política, y la que mantuve siempre.
El gesto de Manolo Castro, su saludo,
tuvo su antecedente en las elecciones de la FEU , cuando los que querían matarme me buscaron y
me abrazaron, como si se alegraran de no haberlo hecho. ¡Que sentimientos
contradictorios!
Lo mismo me ocurrió nuevamente cuando
se acabo la guerra con las tropas del Ejército en Bayamo, que lucharon con
nosotros en violentísimos combates. ¡Como me recibieron! Me recordó las
aventuras con el grupo de Manolo Castro. Yo nunca me he dejado arrastrar por
odios, por venganzas; no le guardo rencor a aquella gente ni a nadie. Las veo
como personas que pertenecen al pasado y que de una forma u otra me aportaron
conocimientos y experiencias.
Bueno, Manolo Castro estuvo unas horas
allí y se retiró. Fue otro gran momento.
Cada acontecimiento excitaba la
imaginación de los enrolados y sus esperanzas de que pronto empezaría la
expedición. Los hombres comprometidos, dispuestos a la aventura, ansiaban que
sucediera algo y soportaban cualquier cosa menos la interminable espera. Allá
estuvimos los meces de julio, agosto y septiembre. Todo fue ocurriendo en dicho
periodo hasta el 15de septiembre. Aquel día comenzaron a llegar noticias de una
gran balacera en la Habana. La
radio empezó a dar noticias de un gran tiroteo en Marianao, en el reparto
Orfila.
Una acción del grupo de Emilio Tro
contra un viejo machadista o batistiano provocó que Salabarría y su gente
consiguieran de un juez una orden de arresto contra Tro.
Katiuska Blanco.- Así mismo, el asesinado se llamaba
Raúl Ávila Ávila. La acción fue resultado de una nueva espiral de violencia
desatada desde el atentado a comienzos de aquel año contra Orlando León Lemus
(el Colorao) luego contra Tro, después contra Ávila, y así hasta llegar al
momento de que usted habla.
Fidel Castro.-
Emilio Tro Rivero, era el líder de la Unión Insurreccional
Revolucionaria (UIR), una de las organizaciones revolucionarias de que antes
hablé. Tro había sido combatiente de la Segunda Guerra Mundial y luchó
como paracaidista en las tropas norteamericanas. Lo ubicaron en la casa de un
amigo, una casa de familia. Allí se encontraba con un grupo pequeño, apenas de
dos o tres. Llegó la gente de Salabarría-quienes controlaban la motorizada-para
detenerlo y el hizo resistencia. Era seguramente lo que esperaban que hiciera
alguien muy respetado por su valentía, además era un hombre honorable, que
vivía de manera muy modesta. Atacaron la casa. El tiroteo duró tres o cuatro
horas hasta que Genovevo Pérez, jefe del Ejército, tomó la sartén por el mango
y envío al lugar a un capitán con indicaciones de que parara aquello. El
capitán fue, les habló y lo sitiados dijeron que no se rendirían a sus
enemigos, pero si al Ejército. Así lo hicieron creyendo que eso significaba una
gran ayuda, empezaron a salir de la casa desarmados. Salió también la familia
del amigo de Emilio Tro, pero los de Salabarría no respetaron el acuerdo y los
asesinaron a todos. Una señora embarazada, que no tenía nada que ver, también
fue barrida con la ametralladora.
En el cayo permanecían oyendo la radio.
Al final anunciaron que, como resultado del combate, habían muerto Emilio Tro y
varias personas más, la primera versión fue que habían muerto en combate, pero
no fue así.
Aquellas informaciones causaron
conmoción. Pasaron dos o tres días, no muchos, cuando llegaron nuevas noticias
de la Habana. Un
camarógrafo, llamado Guayo, tuvo tiempo de llegar y pudo captar las imágenes de
la matanza. Cuando el noticiero apareció en el cine fue el acabose. Se armo un
gran escándalo en el País, una indignación tremenda por aquellos crímenes
descomunales.
Como consecuencia, la oposición atacó
al gobierno y Grau se vio en una situación débil, embarazosa, casi perdió el
control. Entonces Genovevo Pérez tomó el mando por unos días y arrestó a
Salabarría, a León Lemus (el Colorao) y a todos los elementos, a su vez
asociados con Masferrer y con quienes estaban en Cayo Confites. El Ejército
arrestó también al jefe de la policía, al jefe de la motorizada, al jefe de
actividad; a todos los sometió a los tribunales.
La situación provocó una gran
expectación nacional. Los que estaban en el cayo, Masferrer y todos los demás,
se dieron cuenta de que era una
situación difícil, tensa, porque vieron actuando al Ejército, con el cual tenían
rivalidad.
El ejército, a su vez, se mostraba
receloso de los expedicionarios, porque veía en ellos un movimiento que podría
volverse contra el propio Ejército. Sospechaban de los civiles que organizaban
una expedición e iban a disponer de armas, aviones, posiblemente una base, un
gobierno civil que los apoyara.
El Ejército no veía el movimiento con
simpatía. A aquello se unió que Trujillo, un hombre astuto, rico, millonario,
le ofreció dinero a Genovevo Pérez Dámera, un jefe corrompido. Luego se
supo.
Pero aunque Trujillo no sobornara a
nadie, me percaté de lo que estaba ocurriendo: existía una crisis nacional, la
autoridad civil estaba desprestigiada y el Ejército actuaba un poco por su
cuenta; se iba imponiendo en nombre del orden y contaba además con el apoyo de
la opinión pública cubana, por el efecto que causó en la población la película
filmada por Guayo. Entonces me di cuenta de que la expedición corría un riesgo.
Ante la
situación, los jefes dominicanos y cubanos, Masferrer y toda aquella gente,
decidieron actuar; es decir, iniciar la expedición, de lo cual todos nos
alegramos ya que por una causa o por
otra comenzaría por fin.
¿Qué
hizo Masferrer? Puso bajo su mando el mejor barco, el más rápido: El Fantasma.
Embarcó a su batallón. En condiciones normales tal vez cabrían como 200
hombres, pero podían contarse unos 500. Se convirtió en jefe máximo de la
expedición.
El
batallón de Masferrer y otras tropas- posiblemente parte del Batallón número
dos de Eufemio- también se embarcaron en el fantasma. Creo que Eufemio en aquel
momento no estaba, había salido no sé a que misión. Nosotros abordamos el barco
Maceo, el otro lanchón de desembarco, que como tenía algunos problemas con las máquinas, navegaba
a menor velocidad que El Fantasma. Otro se montaron el barco rápido, más
pequeño y los demás en la goleta capturada. Eran cuatro embarcaciones. Yo era
el hombre más feliz del mundo cuando la expedición iba rumbo a Santo Domingo. Ya tenía una
compañía bajo mi mando y estaba planificando el tipo de guerra que podía
hacerse. Pensaba en la guerra de guerrillas, en la guerra irregular; porque
aquella gente no tenía idea del tipo de guerra que iba a desarrollar en Santo
Domingo. Yo no concebía que aquel Ejército hambriento, aún con buenas armas,
pudiera enfrentarse al de Trujillo en una batalla convencional. Aunque con los
medios de que disponíamos podíamos haberlo derrocado. Además era un momento
internacional bueno, por el desprestigio y el aislamiento de Trujillo. La
democracia acaba de vencer en el mundo contra el fascismo y Trujillo, ante la opinión internacional,
nuestro pueblo y el dominicano, y ante todo el mundo, era algo parecido a
Hitler, a Mussolini.
Con
los recursos que teníamos, bien empleados, lo hubiéramos liquidado. Con apoyo
aéreo y empleando bien los 1200 hombres
se hubiera podido derrocar a Trujillo.
Debieron
seleccionar a personas más motivadas,
con ideas políticas, con una formación
patriótica, sin otro objetivo que derrocar a Trujillo para el bien del pueblo
dominicano.
Cuando
abordamos los barcos, en lugar de dirigirnos hacia el Este. Masferrer decidió
tomar rumbo Oeste, como en dirección a Occidente. Si íbamos para Santo Domingo
teníamos que salir rumbo Este, pero estábamos en dirección inversa. Transcurrieron muchas horas. Creo que fuimos
a parar a un cayo al norte de Villa Clara.
En el barco
en que yo iba, navegaba el Estado Mayor de la expedición, Juan Rodríguez, el
batallón de Maderne y puede ser que parte del segundo Batallón. Yo viajaba en
la proa. Se decía que nos dirigíamos al Oeste para esperar a Eufemio y no sé a
qué jefe. En mi opinión fue una maniobra de Masferrer. Cuándo el vio la crisis
en el gobierno- es la apreciación que hice
y que todavía hago-, la pugna entre Genovevo y Grau- poder militar y
poder civil-. Hizo una finta en aquella dirección por si creaba alguna
circunstancia, entonces, quizás actuar o intervenir a favor del gobierno de
Grau contra el Ejército. Los sucesos de Orfila repercutieron negativamente en
el gobierno de Grau y era evidente que el Ejército, que adoptaba medidas de
todo tipo sin acatamiento al gobierno, trataría de parar la expedición.
Llegamos
hasta un cayo y se decidió que volveríamos atrás con rumbo Este para ir a Santo
Domingo. A Masferrer se le ocurrió probar sus virtudes de jefe, o sus
condiciones oratorias, o tal vez imitar a Pizarro o a Cortés, no sé a que
personaje histórico, y le dijo a la gente: “Bueno, los que quieran para allá en
la expedición, que vayan; los que no quieran, que se queden en este cayo”.
Entonces, unas 300 personas- yo creo que no sin razón- decidieron que no
viraban, que se quedaban en Cayo Güin. Claro, siempre resultaba muy bochornoso
que alguien diga que no va; a mí me parecía todo aquello una gran locura, pues
me sentía decidido a ir para Santo Domingo, y no solo decidido a ir, sino
hacerlo con entusiasmo.
Cuando los
300 hombres dejaron las armas y desistieron, Masferrer se bajó con un grupo,
con una ametralladora-tenía barba, estaba hecho un personaje, un guerreo de la
antigüedad-y reunió a todo el mundo para darles una arenga a ver si volvían,
pero no convenció a nadie. Los 300 dijeron que se quedaban y él hasta los
maltrato, amenazó e insultó, pero, aun así, los 300 hombres se quedaron en Cayo
Güin, después de esto iniciamos la navegación hacia el Este.
Masferrer se percató de que la posición
de Genovevo Pérez y el Ejército eran fuertes y que Grau se encontraba en una
situación muy débil, con toda la opinión pública muy indignada con la masacre.
Entonces se dio cuenta que no era prudente dirigirse a Santo Domingo, cuando
todo el mundo sabía también lo de la expedición. Por eso hizo la maniobra hacia
el Oeste. Como él navegaba en el barco más rápido, iba tomando iniciativas,
casi se había convertido en el jefe de facto de la expedición. Los dominicanos,
como estaban en Cuba, dejaban que los cubanos hicieran; pero después decidieron
reiniciar la marcha rumbo Este.
Pero, ¿qué
había ocurrido? Entre la gente que desertó estaba el capitán de mi compañía,
entonces me nombraron jefe de dicha unidad. Así, como capitán de una compañía,
me dirigía hacia Santo Domingo en aquel barco, que iba muy lento.
Yo no había hecho estudios militares,
solamente conocía lo leído en la historia de Cuba, de las guerras, y lo
aprendido de mi vida en el campo, en las montañas. Sí había leído sobre las
luchas, los combates y batallas de la historia; tenía cierta intuición para el
tema militar, de tal manera que analicé toda la situación, capté aquel
ambiente, y concluí que todo era caótico. Pero yo tenía una compañía, y estaba
pensando llevar a cabo una guerra de guerrillas en Santo Domingo.
Contaba con unos 80 hombres porque
parte del batallón había desertado. Entonces el Estado Mayor me planteo su
plan. Ya no había aviación, no teníamos apoyo del gobierno cubano, el Ejército
adoptaba medidas… su estrategia era seguir hacia el Este, cruzar el Paso de Los
Vientos, no ir directamente a Santo Domingo, sino maniobrar-porque, además,
Trujillo y todo Edmundo estaban esperando-, desembarcar en Haití por sorpresa y
avanzar por carretera hacia Santo Domingo.
Tenía cierto sentido tal plan, porque
ya sin aviación y sin nada, avanzar por el itinerario sería un suicidio.
Cambiaron la estrategia por otra. ¡Ni el Ejército alemán en sus mejores
tiempos, cuando atravesaba por Bélgica para llegar a Francia! Aquella
expedición de gente hambrienta, mal organizada, caótica, iba a emprender en
teoría dicha aventura. A mí me informaron cuáles eran los planes, me parecieron
lógicos dentro de la situación, y dije, “Bueno de acuerdo”. Así que nos
dirigimos hacia el Este para desembarcar en Puerto Príncipe y avanzara al
territorio dominicano. De todas maneras parecía más prudente que ir directo,
aunque no dejaba de ser una gran locura, sobre todo, tomando en cuenta el
Ejército con el que contábamos.
Entonces por
dondequiera que desembarcáramos, al llegar a territorio dominicano, ya yo había
concebido una estrategia y una táctica para realizar con la compañía y con los
que quisieran sumarse, pensaba captar a más gente. Así que hubiéramos llegado,
habría iniciado la lucha guerrillera a los 21 años con una compañía. Hubiese
sido mejor.
Pensaba llevar a
cabo una guerra de guerrillas contra el Ejército y contra Trujillo. No la
guerra regular, pues aquella tropa no podía enfrentarse al Ejército. Meditaba
sobre cómo utilizar mejor a los hombres, las armas, en un tipo de contienda
donde tuviéramos mayores posibilidades de éxito, con apoyo del pueblo, y así
derrocar al dictador.
Tuve una clara
intuición cuando me vi al frente de una tropa y rodeado de un montón de jefes
incompetentes, ante una situación absurda y el Ejercito de Trujillo delante.
Así que por poco no empecé la lucha en Santo Domingo en lugar de Cuba. Es la
verdad.Soñaba, y había que
soñar mucho, porque no teníamos comida ni nada, y nuestro ejército hambriento
se dirigía a cumplir su misión libertadora.
Recuerdo que las
aguas estaban tranquilas y había buen tiempo en el Cabal de Bahamas. Mientras
tanto, Masferrer seguía en el barco más
rápido haciendo de las suyas. Él se
adelantó, nadie sabía dónde estaba ni tampoco que hacía. Él calculó que el riesgo
era muy grande y las posibilidades pocas; entonces se le ocurrió una forma de
desertar de la expedición. Siguió en su barco rápido- evidentemente, por todas
las noticias había una crisis nacional y el Ejército estaba dispuesto a impedir
la expedición-, avanzó, se adelantó y entró en la bahía de Nipe- creo que por
allí tenía un pariente, un familiar que pertenecía a la Marina-. La decisión de
Masferrer, tras las arengas a la tropa y de todas las cosas, fue entrar en la
bahía de Nipe para que lo arrestaran; no quería seguir y con algún pretexto
entró a la bahía.
El barco nuestro-
donde estaba el puesto de mando de la expedición-, pasó frente a la bahía de
Nipe y siguió, pero sin recibir noticias de Masferrer. De igual manera hicieron
los otros barcos. Frente a Moa pensábamos que poco a poco nos acercábamos a la
realización de nuestra gran proeza: cruzar
el territorio de Haití para ir a liberar a Santo Domingo de la tiranía
de Trujillo.
Masferrer se dejó
arrestar y no dijo nada, y cuando nosotros cruzábamos al amanecer en dirección
a Moa, para seguir, Masferrer mandó un mensaje: “Espérenme frente a Moa, haré
contacto con ustedes”. Ya estaba prisionero, había traicionado a la expedición.
Nuestro barco con
el Estado Mayor fue enrumbado hacia el Paso de los Vientos para atravesarlo. Se
decía que los barcos de Trujillo esperaban allí para interceptar la expedición.
Entonces, a las 11:00 de la mañana, más o menos, se divisó un barco grande
hacia el Nordeste, en el lugar que nos había dicho Masferrer que lo esperáramos.
Se tomaron algunas medidas de precaución porque no se sabía si era de la Marina
de Trujillo. La embarcación grande
empezó a hacer señales: era una fragata cubana de la Marina de Guerra que nos
estaba esperando donde Masferrer había dicho
que lo hiciéramos, porque el ya se había entregado y telegrafiado su
mensaje. Entonces la fragata empezó a emitir luces y a decir: “Atrás, atrás,
hacía el puerto de Nipe”. Trataron de explicarle que el barco no tenía mucho
combustible ni agua, que no podían siquiera ir al puerto de Moa, y la fragata
cubana repetía: “Atrás, atrás” y con lo cañones desplegados, listos para
disparar, ordenó sin miramientos virar hacia la bahía de Nipe.
Hasta aquel momento
tenía grande ilusiones de como hacer la guerra con mi compañía. Yo analicé todo
y concluí que lo que intuía iba a suceder: el Ejército estaba decidido parar la
expedición de todas formas.
De repente la
expedición resultó prisionera y el Estado Mayor también. El barco fue obligado
a regresar a la bahía de Nipe. La fragata se colocó dos o tres millas detrás de
nosotros mientras retrocedíamos de Moa a Nipe. Me acuerdo de que se
veían las montañas de Oriente. Entonces me percaté de que todo estaba
perdido: las armas y los hombres, pues íbamos a ser prisioneros. A mí me parecía
lo más humillante del mundo y me dirigí al Estado Mayor y le dije: “Esta
expedición está perdida, el Ejercito se ha hecho cargo de la situación, el
gobierno está en crisis, va a caer todo el mundo prisionero y se van a perder
las armas”. Sugerí salvar una gran parte de ellas. Propuse un plan:
trasladarlas en una balsa grande, poner rumbo a la costa y luego adentrarme con
ellas en las montañas, con el objetivo de continuar la expedición después.
El Estado Mayor se
reunió con parsimonia, analizó muy solemne y sesudamente deliberó. Me contestó
que no, y que eran ciertas las dificultades pero que todo se arreglaría. El
Estado Mayor, Juan Rodríguez, Maderne y los cubanos y dominicanos que lo
integraban no se percataban de lo que estaba ocurriendo.
Lo que me
respondían era una imbecilidad, una estupidez enorme. Mi compañía estaba en la
proa, yo tenía un fusil ametralladora como pretendida arma antiaérea. Hablé con
los más decididos de mi compañía- De acuerdo con mi plan, se iban air conmigo
para llevar las armas en la balsa, y así evitar que se perdieran. Cuando llegó
la orden del Estado Mayor me declaré en rebeldía. Viré el fusil ametralladora
desde la proa hacia el puente del arco y coloqué a la gente con armas
automáticas. Promulgamos la no aceptación de la decisión y declaramos que no
estábamos dispuestos a que nos capturaran.
Después empecé con
un grupo a preparar una balsa más pequeña. Pichirilo estaba de acuerdo conmigo
y en aquel momento timoneaba el barco. El Estado Mayor no reaccionó frente a la
insubordinación, la aceptó sin hacer nada, mientras yo me preparaba para llevar
una cantidad de armas en la balsa.
El problema era que
durante aquel intervalo de tiempo la fragata se había acercado a nosotros. Era
más difícil tirarse en el mar abierto porque nos iban a ver; a su vez, nos
aproximábamos a la bahía. Fue muy valioso que Pichirilo estuviera de acuerdo
con nosotros.
Entrando a la bahía
de Nipe, le dijimos a la fragata que no conocíamos la entrada, que íbamos a
encallar. Entonces desde la fragata respondieron: “Yo voy delante, síganme que
voy delante”. La fragata se puso delante. Fue perfecto.
Todo el mundo
colaboró con nosotros: Pichirilo y mucha gente. El Estado Mayor se encontraba
encerrado en su cuarto.
Cuando estábamos
dentro de la bahía tiramos la balsa amarrada por una soga. Me siguieron cuatro
entusiastas decididos, a quiénes yo ni
conocía muy bien.
Ya en el canal, con
la fragata navegando por delante del barco y mientras oscurecía – por entonces
la bahía de Nipe tenía fama de tener muchos tiburones-, nos montamos los
cuatro, yo iba delante, llevábamos cinco ametralladoras- yo tenía una conmigo.
El barco continuaba moviéndose, así es que había riesgo de caer bajo la
propela. La balsa estaba casi hundida, mis piernas hacían el papel de proa, esperaba
con una ametralladora para cortar la soga y, en aquel momento, Maderne, mi
jefe, humillado por el acto de rebelión, con el que no estaba de acuerdo, se
asomó y agarró la ametralladora. Yo que estaba con cuatro hombres en la balsa,
atada aún al barco, le dije a Maderne: “Quédese con la ametralladora”, y al
otro: “Corte”. Uno de los hombres cortó la soga y nos quedamos flotando en la
balsa; pero era muy chiquita para cuatro
y sacamos las armas otra vez, con sus peines y balas.
Se veían algunos
barcos de guerra, también el muelle de Saetía. Ya oscureciendo y cada vez más
cerca de nosotros, vimos una lancha que se aproximaba, como a 30 0 40 metros,
no sabíamos quiénes eran los tripulantes. Les apuntamos y les dijimos:
“Acérquense, acérquense”. Ellos dijeron: “No, nosotros somos los prácticos”.
“Acérquense y arrástrennos hasta la orilla”. Nos tiraron una soga, pero como
estaba mojada no había manera de que saliera bien la operación.
Dije: “Acérquense
que vamos a subir a la lancha”. Se acercaron y nos montamos en la lancha con
las ametralladoras. Les ordenamos: “Llévennos a la orilla”. El práctico de la
lancha del puerto nos contestó: “Hay una gran cantidad de soldados y marinos, y
nos van a matar a todos”. Los reflectores alumbraban a la penumbra. Les aseguré:
“Prometo que si nos descubren nos tiramos al agua”.
A 250 ó 300 metros
de la orilla, con los reflectores apuntando al mar les dije a quiénes me
acompañaban. “Vamos a tirarnos al agua”, con zapatos, con ropa, con todo. Uno
se tiró con una ametralladora, otro con otra, otro se tiró sin ninguna y yo me
lancé con dos. Era casi de noche y me empecé a hundir; tuve que soltar una de
las Thompson y seguir con otra, fui nadando. No sabía qué iba a pasar, si
venían los disparos por arriba o los tiburones por abajo.
En aquella época yo
no sabía qué era la pesca submarina, y los tiburones era una leyenda; la bahía
de Nipe era la más famosa de Cuba por los escualos. No se sabe cuántas
historias, anécdotas, leyendas se contaban. Pero no pasó nada, ni disparos ni
tiburones. Nos fuimos acercando y llegamos a la orilla. Al fin puse pie en
tierra.
Veía las montañas,
la Luna casi salía cuando llegamos allí del Este; nos sirvió de brújula.
Nosotros pensábamos que para alejarnos solo debíamos caminar hacia dicha
dirección. Empezamos rápidamente a andar, tratábamos de alejarnos hacia el
este, para dejar a los soldados atrás. Habíamos ido a parar a Cayo Saetía, casi
frente a Nicaro. Atravesamos las colinas en medio de la maleza y la noche
cerrada… Uno de los cuatro del grupo era un irresponsable, un loco, un
mentiroso- yo no lo sabía, después supe que había sido sargento del Ejército-,
era realmente un lumpen. Me dijo: “Yo soy de aquí, conozco esta región”. El
tipo estaba diciendo que estábamos equivocados, que él sabía. Le dije: “Bueno,
¿tú sabes?, ¿tú eres de aquí?, entonces, guía tú”. Fue guiando. Caminamos como
media hora y seguíamos en el mismo lugar, estábamos perdidos. Le dije: “Mira,
tú quédate tranquilo, vete para atrás que yo voy a guiar, tú nos has perdido”,
y entonces yo guié a los otros.
En un momento
pasamos tan cerca de los soldados que
los oímos conversar. La Luna estaba muy clara. Caminamos por unos potreros,
brincamos cercas, anduvimos por senderos tratando de avanzar hacia el Este,
hacia las montañas. No habíamos caminado ni 500 metros y el tipo dijo: “Estoy
muy cansado, yo no sigo, me quedo aquí”. Me dije: “Anda, que situación con este
tipo”. Unos 500 metros atrás habíamos pasado cerca de los soldados. Yo no podía
dejarlo solo, porque al otro día lo iban a agarrar y daría toda la información.
Era de suponer que
los soldados nos estuvieran buscando; algo más, los del Estado Mayor cuando
llegaron dijeron que cuatro hombres se habían tirado a la bahía, que no sabían
qué podía haberles pasado y que no se hacían responsables. En cierta forma, por
salvar la responsabilidad, nos delataron.
Y este hombre-
aunque no conocía eso, sí sabía que los soldados estaban cerca, los habíamos
oído hablar; no conocíamos que estábamos en un cayo- de súbito dijo que se
quedaba, que estaba cansado y quería dormir. Y yo: “Bueno, vamos a hacer un
alto aquí”. Estábamos debajo de un árbol y nos recostamos un rato. Mientras,
los mosquitos nos importunaban, la Luna brillaba en el cielo y temíamos la
amenaza de los soldados cerca. Yo meditaba. En cierto momento tuve deseos de
agarrar la ametralladora y darle un culetazo en la cabeza y seguir. A la media
hora o 45 minutos, perdí la paciencia, fui donde estaba el irresponsable, le
quité la ametralladora, lo desarmé, y le dije: “Te quedas aquí si quieres,
nosotros nos vamos”.
Era un caso en que
había que tomar una medida violenta con el tipo porque estaba comprometiendo a
todos los demás. Decidí dejarlo allí desarmado y avanzar rápido durante toda la
noche. Cuando le quité el arma y nos fuimos, dijo: “No, yo voy con ustedes”. Y
siguió con nosotros desarmado. Aquel tipo hizo tres cosas tremendas de una sola
vez.
Íbamos avanzando
hacia el Este, caminaríamos dos hora, serían ya las 9:00 o las 10:00 de la
noche cuando nos encontramos una bahía delante, era la bahía de Nicaro, veíamos
unas luces: la fábrica de níquel que habían hecho los norteamericanos cuando la
guerra. No entendíamos como andando hacia el Este nos encontrábamos nuevamente
con el mar.
Entonces
reiniciamos marcha hacia el Sudeste, porque veíamos una casa que parecía como
un cuartel. Nos acercamos, la exploramos; era una escuela, pero pintada con el
mismo color de los cuarteles.
Vimos un canal. En
realidad, aquel cayo no era originalmente un cayo, era una península que
terminaba de forma redonda, separada de la tierra firme por un canal, y estaba
la bahía. Ya veíamos gente, estábamos en la orilla, y pasó una lancha-
posiblemente de soldados-. Nosotros nos ocultamos, porque había una Luna muy
clara. Localizamos a un campesino y lo persuadimos de que nos cruzara en un
bote.
Katiuska Blanco.- Allí en Saetía vivía un amigo de don Ángel. Era el
farero del cayo. Se llamaba Rafael Guzmán le decían Lalo, y fue el campesino
que los ayudó.
Fidel Castro.- Sí, el nos ayudó aquella noche difícil. Entonces atravesamos
un largo camino, era una península estrecha. Adoptamos medidas especiales: la
gente de atrás desarmados, el que iba delante, desarmado con las instrucciones
de afirmar: “No, no, estoy desarmado”, por si nos situaban alguna emboscada.
Por suerte pudimos cruzar, y al amanecer ya estábamos por allá en unas áreas de
cañaverales de la United Fruit Company, en una tienda; hasta compramos algo. No
sé de cuanto dinero disponíamos. Compramos ropa y comimos algo. Nos había visto
mucha gente, ya íbamos vestidos de civil. Escondimos las armas- incluyendo una
pistola- en una alcantarilla, y le dije a todo el mundo:
“No lleven ningún
arma por si nos registran”. Caminamos muchos kilómetros. Después, en un camión
entramos a Mayarí vestidos de trabajadores. A uno de los hombres del grupo lo
mandé a buscar las armas con un chofer que conocía del Partido Ortodoxo y era
alguien en quién me pareció se podía confiar. Reunidos después los cuatro
desarmados- se suponía que estábamos desarmados-, tomamos un automóvil de Mayarí
hacia Birán. El hombre que dejé con tal misión no cumplió las instrucciones y
después llegó, pero sin el chofer ni las armas, con la historia de que se quedó
porque tuvo miedo de pasar por el pueblo. Cogió miedo del chofer. Y cuando el
Ejército se dio cuenta de que había contactado con nosotros, lo presionó y el
entregó el armamento. De modo que se perdieron las armas, que casi era nuestro trofeo a partir de la
vieja idea de salvarlas a todo costo, además de no caer prisioneros.
Lo único que se
salvó fue una pistola porque el lumpen, cuando yo dije: “Todo el mundo que se
desarme”, se quedó con ella escondida; una irresponsabilidad más. Fue la única
que se salvó. Y, por supuesto, al final del recorrido llegamos a mi casa.
Al irresponsable lo
mandamos para La Habana, de donde él era. Otro de los hombres también era de la
capital, más serio; hicimos lo mismo. El tercero se llamaba Luján, de
Manzanillo, también un hombre serio, lo enviamos para allá. El Ejército me
estaba buscando, pero no le dio mucha importancia al asunto.
Katiuska Blanco.- Existe una fotografía suya en Birán al regreso de la
expedición. Se le nota la piel curtida y oscura por el sol y el pelo hirsuto.
Usted aparece sin camisa y es la viva estampa de alguien tras una prueba
difícil. La imagen la captó su hermano Ramón. Al fondo se aprecian los horcones
de caguarián de la casa grande. ¿Usted sentía que Birán era el lugar más
seguro?
Fidel Castro.- Sí, en Birán me refugié unos días. Los militares
capturaron a casi toda la expedición y llevaron a los enrolados hasta La Habana
en vagones de carga, como si fuesen ganado. Era humillante, terrible lo que
pasó con aquella gente.
Nosotros fuimos los
únicos que escapamos, no caímos prisioneros, pero, desgraciadamente, si se
perdieron las armas. Quedó aquello de que no nos dejamos apresar.
Estuve unos cuantos
días en Birán para ver cómo reaccionaban las fuerzas implicadas y, cuando vi
que empezaron a liberar a toda la gente de la expedición, concluí que no había
nada especial en relación conmigo, que no me estaban persiguiendo. De todas
maneras decidí viajar a La Habana de forma clandestina. Fue la primera vez en
mi vida que me disfracé.
Como era conocido
en la capital y sabían que me había escapado y llevado armas, imaginé que
debían tener interés en capturarme. Entonces me puse un sombrero de yarey, una
guayabera, espejuelos, no sé cuántas cosas hice. Así me fui a tomar un tren en
la estación de Alto Cedro hasta La Habana- el mismo que había tomado por
primera vez cuando fui para el tercer año de Bachillerato, allá por el año
1942, en viaje al Colegio de Belén-. Separé pasaje en un vagón de los que tenía
dormitorio. Iba muy disfrazado, rarísimo, para que no me fuera a reconocer
alguien.
Caminaba hacia el
extremo del vagón cuando oigo un grito: “¡Fidel!”. Era un compañero mío del
Colegio Dolores, que no veía no se sabe cuánto tiempo y me dijo: “¡Te conocía
por la espalda y por el caminado!”. Dije: ¡Shhh, cállate la boca, chico, que
estoy disfrazado!”. Me creía que estaba disfrazado, y aquel que hacía un montón
de años que no me veía, me reconoció.
Katiuska Blanco.- Entonces, ¿usted decidió que nunca más en su vida se
disfrazaría?
Fidel Castro.- ¡Fue la primera vez que me disfracé en mi vida! ¡Y la
última! Desde entonces, llegué a la conclusión de que no podía disfrazarme nunca,
de que yo no tenía manera de hacerlo. A partir de ahí determiné en mi vida
hacerlo todo legalmente, sin necesidad de pasar clandestino; y toda la
organización de la lucha contra Batista la realicé en la legalidad. Busqué
otros camuflajes y disfraces. Llegué a la convicción más absoluta de que en la
lucha clandestina no podía disfrazarme de nada, que la figura mía y la manera
de caminar, los hombros, la espalda, me traicionaban definitivamente.
Así llegué a La
Habana, creyendo que el Ejército me estaba buscando, y aquel en realidad ni se
preocupaba por mí, porque había capturado las armas y todo. Al final no hubo
ningún problema, además, porque la expedición fue frustrada si combates ni
muertos.
A los miembros de
la expedición, cubanos y dominicanos, les confiscaron las armas y los barcos,
Y, como el gobierno estaba vinculado con los jefes de la expedición y todo
aquello, los pusieron en libertad; pero lo perdieron todo, no recuperaron
absolutamente nada. No le dieron importancia a que alguien se escapara.
¡La sorpresa fue
cuando llegué a La Universidad” Me bajé, fui no sé adonde e inmediatamente a la
Universidad: ¡Pram. Pram! Iba subiendo por la escalinata. Todo el mundo me
miraba asombrado porque las noticias llegadas allí eran que al tirarme a la
bahía de Nipe los tiburones me habían comido. Ya estaban todos los estudiantes
lamentando mi muerte, mucha gente triste allí por mi final. Cuando me vieron
subiendo la escalinata- ya no estaba disfrazado- era un muerto aparecido.
Estaban asombrados, ¡pero asombrados! Llegaba la gente corriendo a saludarme
como a un muerto que ha resucitado. Así me recibieron en la Universidad de La
Habana después de la expedición de Cayo Confites. Por supuesto, los amigos, los
compañeros, se pusieron muy contentos, y el único saldo fue que me libré de la
humillación de haber caído prisionero después de tan “gloriosa expedición” y en
vez de terminar como libertadores, hacerlo en un vagón de ganado prisioneros
del Ejército.
En aquel momento
mis antiguos enemigos de la Universidad- encabezados por Salabarría, Roberto,
el de la motorizada, y muchos de los Jefes de la Policía, estaban presos por
haberse involucrado en la matanza de Orfila y sobre ellos cayó la opinión
pública de una manera atroz.
Masferrer regresó y
trató de capitalizar las glorias de la expedición: el libertador, el que estuvo
allí. Empezó a hacer demagogia con todo. En su revista semanal Tiempo de Cuba,
que mantenía cono fondos gubernamentales, acusó al Ejército y no al gobierno.
Culpó al Ejército, a Genovevo Pérez, del fracaso de la expedición; no podía
explicar por qué se entregó y la traicionó.
Eufemio siguió en
el gobierno, pero después tuvo una evolución mala. Al principio, estuvo
apoyando a la Revolución, pero al final terminó conspirando en su contra, en
víspera de la invasión a Bahía de Cochinos. Los tribunales revolucionarios lo
juzgaron y lo fusilaron.
Manolo Castro
regresó. No fue a la Universidad, estaba totalmente desprestigiado después de
la matanza de Orfila, no porque él tuviera responsabilidad directa propiamente,
sino porque formaba parte de todo. Creo que él tenía un cine pequeño. Estaba
tranquilo. Había pedido cargo, influencia, prestigio.
Mi posición seguía
siendo en contra del gobierno. Ya entendía perfectamente cuáles eran los problemas
de la Revolución y cuáles los del país. Estaba librando una batalla política
con el respaldo de los estudiantes universitarios.
En tal etapa yo no
era estudiante regular porque quería cursar el tercer año y, para hacerlo,
tenía que ser estudiante libre; sin embargo, conté con el máximo de apoyo y prestigio
en la Universidad; no sólo con el de la Escuela de Derecho, sino con el de
todos los estudiantes universitarios. Decidí no aspirar a cargos porque, como
no estaba matriculado, no podía postularme. Para ello tenía que matricular en
segundo año, cosa que no hubiera hecho nunca, pues siempre critiqué con mucha
fuerza a los eternos líderes universitarios, los tipos con 30, 35 ó 40 años,
que no estudiaban ni hacían nada y eran líderes universitarios. Así hacía la
gente de la mafia, se matriculaban para se electos dirigentes. Era el caso de
Manolo Castro y muchos otros.
No me resignaba a
la idea de volver a la Universidad y matricular en segundo año para poder ser
presidente de la escuela. Hubiera tenido todo el estudiantado a mi favor, sin
embrago, no quise hacerlo. Era una actitud consecuente cuando ya no tenía
adversarios y contaba con el apoyo y la simpatía de la masa estudiantil, que
conservé siempre.
Me convertí en un
líder de la Universidad por la libre, y desde entonces, las grandes
manifestaciones, los grandes movimientos, las grandes cosas, las hacía en la
Universidad sin ser dirigente oficial. Eso no me quitaba la influencia grande
que tenía entre los estudiantes; en realidad actué de forma absolutamente
consecuente con lo que yo pensaba, con lo que yo creía, y demostré una ausencia
total de interés por los cargos y por los honores oficiales por primera vez en
mi vida.
Finalmente me
reserve para hacer los exámenes por la libre y pude culminar las asignaturas
que tenía pendientes, pero seguí teniendo siempre una gran influencia en la
Universidad.
Aquella gente que
en una ocasión me había apoyado, los compañeros de los asesinados en la masacre
de Orfila, se enfrascaron en una lucha de revancha contra el grupo de los
victimarios en dicha masacre.
Katiuska Blanco.- ¿Usted se refiere a los miembros de Unión
Insurreccional Revolucionaria (UIR)?
Fidel Castro.- Sí, claro. Ellos creían que tenían razón, que era muy
justo actuar contra el gran crimen. Les habían asesinado al jefe y a un montón
de compañeros; se consideraron en el deber de tomar venganza. Por eso creo que
hicieron algo incorrecto. Mataron a Manolo Castro el 22 de febrero de 1948,
quién por aquel entonces no significaba nada, se encontraba desacreditado, ya
no estaba en la Universidad. Él no había tenido una responsabilidad directa en
lo sucedido en Orfila. Fue algo absolutamente incorrecto porque se trataba de
una venganza con figuras de aquel grupo. Uno estaba preso, otro en distinto
sitio, y como Manolo Castro era uno de los líderes, lo escogieron a él; sin
embargo no era el más grosero, era un bandido, era un farsante, un traidor.
Escogieron al virtualmente desarmado, que estaba en actividades normales.
Cuando ocurrió,
enseguida Masferrer tomó aquel hecho y lo usó para tratar de involucrarme. Era
una etapa de peligro porque lo de Orfila originó una guerra entre grupos.
Katiuska Blanco.- ¿Usted conocía el testimonio de Fernando Flórez Ibarra
dónde cuenta cómo Masferrer propuso asesinarlo? En su relato Flórez Ibarra
explica que Masferrer sentía irracional hostilidad hacia usted, “rayana en la
fobia obsesiva”, a causa de su liderazgo indiscutible frente a la masa
estudiantil. El propósito de Masferrer
era urdir una trama para implicarlo a usted en el asesinato de Manolo Castro,
lo cuál le serviría de pretexto para su eliminación física. Flórez Ibarra dice
que le constaba que la acusación no tenía pies ni cabeza porque un amigo común de
usted y de él, Benito Besada, compañero de escuela, con quien había conversado
días después del crimen, le había confiado que a la hora precisa del atentado a Manolo, él se
encontraba con usted en un sitio distante. Por otra parte, afirma que todos
sabían que usted no tenía vínculo alguno con UIR, organización señalada como
responsable del atentado. Flórez Ibarra interrumpió a Masferrer cuando
anunciaba sus propósitos y le contó lo
conversado con Benito Besada. Entonces, Masferrer, fuera de sí, vociferó que
aquello era lo de menos, que urgía liquidarlo a usted a toda costa, importando
un bledo si había participado o no en la muerte de Manolo. Flórez Ibarra
confiesa que no daba crédito a lo que oía porque no imaginaba la transformación
que Masferrer había sufrido en apenas tres años y no siquiera podía imaginar el
grado de envilecimiento a que había llegado. Textualmente concluye: “Aunque en
mi fuero interno no albergaba simpatía alguna por Fidel, que había apoyado a mi
rival cuando me presenté como candidato a delegado de una asignatura, no podía
concebir que alguien fraguara su asesinato, o el de cualquier otro estudiante,
como único medio para neutralizar su prestigio”.
La historia puede
leerla en el libro Yo fui enemigo de Fidel, cuya segunda edición fue publicada
por la Editorial Ciencias Sociales, en el año 2002.
Fidel Castro.- En aquel período, Masferrer- aliado al gobierno- con
su revista, desarrolló una campaña en la que trató de imputarme la Muerte de
Manolo Castro y de otros hombres de una manera infame, calumniosa, como parte
de una maquinación política. Quería estimular contra mí el sentido de la
venganza, crearme problemas legales, incluso, de riesgo personal, para así
justificar, en la lucha, mi muerte en cualquier momento, o que me arrestaran.
Fue una campaña política desfavorable de descrédito para contra mí.
Frente a tal
acusación tomé la iniciativa, me presenté ante las autoridades y planteé mi
inocencia. Les pedí que hicieran cuanta prueba quisieran. Tuve que defenderme
legalmente de la acusación. Pero la implicación legal no era la más grave, el
riesgo real era ser víctima de un
asesinato por parte del gobierno con el pretexto de una venganza. Entonces
debía andar desarmado en medio de una situación de peligro muy grave.
Lideraba una lucha
absolutamente desarmado desde que regresé de Cayo Confites, porque hasta la pistola se había perdido. La verdad es que
Pedro Emilio- me da pena contarlo-, un día fue de visita por Birán y dijo que
él iba a traer la pistola a La Habana, y la dejó en una casa de empréstitos.
Pedro Emilio por entonces andaba sin dinero, así que la empeñó y la vendió.
Aquel fue el final “súper glorioso” de la única arma que salvé de la
expedición.
A mi regreso a la
Universidad, cuando estaba librando una lucha tremenda contra el gobierno, se
inició aquella infortunada guerra en que gente noble y honrada actuó de una
manera absolutamente incorrecta, a mi juicio, aunque creyeran que era un deber
sagrado, de hermandad y solidaridad, realizar atentados.
Katiuska Blanco.- - la lucha de grupos, como usted dice, se agudizó.
Según el estudio que guarda la Oficina de Asuntos Históricos, desde mayo de
1947 hasta marzo de 1952, cuando Batista dio el golpe de Estado, se realizaron
casi 30 atentados en el país, contando solo los que involucraban a la UIR
contra otras organizaciones. El peligro era pasmosamente grande.
Fidel Castro.- Si. Ya contaba con la máxima autoridad entre los
estudiantes, aunque no era alumno regular. Continué desatando una activa
campaña antigubernamental. Organicé una serie de manifestaciones, desde la
escalinata universitaria contra el gobierno. Recuerdo que poco antes, una fue
con motivo de la muerte de un estudiante de preuniversitario, Carlos Martínez
Junco, a quién le dispararon el 9 de octubre de 1947. La manifestación fue el
día 10 y acudieron miles de estudiantes frente al Palacio Presidencial. Por ahí
hay una foto de aquel mitin, donde aparezco encaramado en la antigua muralla,
frente al viejo Palacio, hablándole a la gente. Como denuncia del crimen,
nosotros condujimos el cadáver frente a Palacio, donde estaba el gobierno.
Grau había invitado
a una representación de los estudiantes a discutir con él y dije que no.
Expresé que no queríamos verlo, sino que se fuera del gobierno.
En un momento de
efervescencia patriótica- al menos yo lo creía-, en la lucha contra Grau,
visité Manzanillo, me reuní con veteranos de la Guerra de la Independencia, con
un concejal que estaba en oposición al gobierno, y les pedí que nos prestaran –
a la Universidad- la campana utilizada por Carlos Manuel de Céspedes en el
ingenio La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, cuando dio el grito de la
independencia. Persuadí a los veteranos y al Ayuntamiento de que me entregaran
aquella reliquia para organizar un mitin en protesta contra Grau en la capital.
Ya el gobierno
estaba tan desprestigiado ante la opinión pública, por la corrupción, la
malversación, el robo, que el municipio de Manzanillo me entregó la campana
para llevarla a un acto universitario, y en tren la trajimos. Hubo una gran
movilización. Una gran multitud recibió la campana. También estoy retratado con
ella; venía en l ten cuidándola. La desembarcamos en la estación terminal, la
cargamos, la llevamos con muchos honores frente a Palacio, y la trasladamos a
la Universidad.
¿Qué ocurrió con la
campana? Tuvo lugar algo insólito. La campana llegó a La Habana el 3 de
noviembre, estuvo un día en el Salón de los Mártires de la Universidad, y en la
noche del 5 de noviembre, un día antes del mitin, fue robada por Eufemio y
Alemán, elementos de la mafia del gobierno.
Entonces en el
salón de los mártires universitarios no había una guardia- porque existía la
policía universitaria pero tenía muchos locales para custodiar- y me avisaron
del robo de la campana por la madrugada. Inicialmente no se sabía quién, sólo
que eran los intereses del gobierno los que estaba detrás. Aquel mismo día
hablé en una concentración grande, enorme, en la escalinata de la Universidad,
por la noche. Se hizo una gran
movilización, una gran manifestación. El 27 de noviembre pronuncié un discurso
en un gran acto.
Organicé innumerables
actividades. Vivía una agitación continua. Yo me paraba en la escalinata, nada
más alzaba los brazos y eran miles de estudiantes lo que se movilizaban. Había
una lucha política de masas muy fuertes allí.
Después supimos que
quien se había robado la campana era Eufemio Fernández- el Jefe del Segundo
Batallón en Cayo Confites- y su grupo. Cumpliendo instrucciones del gobierno,
se presentó en la Universidad de madrugada, se llevó la campana, la escondió y
después se a entregaron a Grau, como una especie de reivindicación hacia él.
Así actuaba aquella gente; incluso, los menos sanguinarios, con una mejor
actitud personal, era gente más o menos de tal calaña.Así terminó el año
1947, con grandes movimientos y manifestaciones en la Universidad.
A principios de 1948,
en el mes de enero, asesinaron a Jesús Menéndez, dirigente obrero azucarero del Partido Comunista. Ya en el
gobierno de Grau se iniciaba una etapa de asesinatos de dirigentes obreros y
comunistas. Nosotros hicimos declaraciones muy fuertes contra el asesinato de
Jesús Menéndez y participamos en el entierro.
En todas aquellas
manifestaciones siempre estuvieron cara a cara la policía y los estudiantes. A
veces era tan grande la masa de estudiantes, que no la interceptaban para
evitar conflictos mayores. Otras veces llegábamos a enfrentar a la policía con
piedras.
Recuerdo un invento
que hicimos una vez. La Universidad está en una colina, el tranvía pasaba por
allí, los raíles llegaban hasta la calle
San Lázaro, dos o tres cuadras más abajo. Recuerdo que en una oportunidad
echamos gasolina en las líneas del tranvía, la gasolina rodó hasta donde estaba
la policía, entonces encendimos candela en el extremo; un río de llamas avanzó
hasta donde estaban ellos. Los policías corrían cuando venía la candela, y se
ponían en marcha las perseguidoras, ¡el escándalo! Era una de las armas
nuestras: volcar un bidón, un tanque de gasolina sobre las líneas del
ferrocarril y era como un lanzallamas, un río de fuego. Otras veces los
policías atacaban, tiroteaban la Universidad. Todo aquello sucedía. Así, de
manera convulsa, empezó el año 1948.
En una de las
manifestaciones, el 12 de febrero de 1948, chocamos con la policía. Co una
porra, un tolete utilizado por la policía, me dieron un golpe tan fuerte en la
cabeza, casi perdí el conocimiento, derramé bastante sangre y me llevaron
herido para la Universidad. Tenía en jaque al gobierno y a todo el mundo.
Estaba totalmente ligado a la lucha de masas contra el gobierno de Grau. Para
entonces había tenido un gran avance, ya comprendía todos los métodos de masas,
de lucha, movilización y manifestación; esto lo hacía por instinto político de
movilizar al pueblo y a las masas. Además, siempre tenía la idea de que si la
Universidad era tomada por la policía, habría que resistir. No contábamos con
armas, pero siempre era partidario de que a la Universidad había que defenderla
como a una fortaleza.
Por eso estuve
desarmado, desde que llegué de Cayo Confites, desde octubre de 1947, hasta el
26 de julio de 1953- claro, hice prácticas-; y desde noviembre de 1947 hasta el
19 de marzo de 1952, casi cuatro años y medio tuve que desafiarlo todo: al
gobierno de Grau y las mafias. Llegó el punto en que tales grupos se
enfrascaron en una guerra de rivalidades internas y abandonaron todos los ideales
políticos. Vivían del presupuesto del Estado. Fue el momento en que entré en
conflicto cono todas las organizaciones, hasta que las denuncié.
Katiuska Blanco.- Si, usted presentó un escrito al Tribunal de Cuentas
el día 4 de marzo de 1952, publicado a la siguiente jornada por el periódico
Alerta, donde denunciaba por sus nombres y apellidos los 2120 puestos que
tenían los grupos gangsteriles en los ministerios.
Fidel Castro.- Era una larga y pormenorizada lista. En todo aquel
tiempo, además, adquirí una gran influencia en la Universidad, tenía más
madurez, desarrollé una lucha muy fuerte contra el gobierno y ya me tomaban en
cuenta; era un obstáculo serio para ellos. Si yo usaba un arma, la policía me
arrestaba inmediatamente, me sacaba de circulación, me ponía fuera de la ley.
Había ido adquiriendo un desarrollo político muy rápido; valoré la lucha
política, la lucha del pueblo, la lucha de masas, y desde que regresé de la
expedición de Santo Domingo, ya pensaba en la revolución de Cuba y que algún
día había que hacerla, pero tenía que mantenerme luchando.
En aquel período
fui consolidando más mis relaciones con los ortodoxos y participé desde muy al
principio en aquel partido. Estaba desde los primeros momentos con el Partido
Ortodoxo.
Desde bien temprano
se fue formando dicho grupo. El 14 de marzo de 1945 ocurrió el primer crimen
político del régimen de Grau que provocó las primeras denuncias de Chibás
contra el régimen. A partir de entonces puede decirse que comenzaron las
campañas.
Otro hecho fue el
negocio del trueque de azúcar cubana por cebo argentino y arroz ecuatoriano,
que fue el primer gran escándalo de latrocinio. Aquello ocurrió en abril de
1945.
A principios del
año 1947 se formó la tendencia ortodoxa, y yo desde el primer momento estuve en
contacto con quienes asumieron tal posición. Se formó primero como grupo de
oposición dentro del propio Partido Auténtico en 1945 y se prolongó hasta 1946.
A comienzos de 1946, después de una visita al presidio de la Isla de Pinos,
hice la primera denuncia, y en marzo acusé a Mario Salabarría de asesino por
sus atropellos. Ya en los años 1945-1946 estaba vinculado a los ortodoxos.
Tuvo lugar un
proceso. Ellos fueron inicialmente un grupo en la oposición dentro del Partido
Revolucionario Auténtico, pero no habían fundado una agrupación política aún.
El Partido Ortodoxo se fundó en 1947.
Al ingresar en la
Universidad todavía no tenía cédula, ni voto, ni derecho a inscribirme en un
partido, porque solo era posible a los 21 años. Estaba como simpatizante, como
amigo.
Rubén Acosta fue
uno de los primeros dirigentes del Partido Ortodoxo. A él lo conocía desde
muchos meses atrás- el ortodoxo a quién acudí cuando la amenaza de que no
volviera a la Universidad, el hombre al le que le faltaba el brazo-. Es decir,
yo tenía contacto con varios dirigentes ortodoxos, pero uno de los más amigos
era Rubén Acosta, quién había pertenecido al Partido Auténtico, e inició el
movimiento del Partido Ortodoxo. La fundación oficial fue el 15 de mayo de
1947, antes de la expedición de Cayo Confites.
Yo actuaba como
estudiante y dirigente universitario, pero no tenía responsabilidades en el
partido. Simpatizaba, apoyaba en declaraciones públicas, en todo, pero no era
dirigido por el partido. Actuaba por mi propia cuenta.
Katiuska Blanco.- Comandante, al escribir sobre tal etapa de su vida, en
un artículo publicado años después desde México, usted afirmó: “Yo andaba por
las calles de La Habana desarmado y solo”. Mientras más leo sobre dicha época,
más me asombro y pregunto: ¿Cuántas causas y azares debieron confluir para que
usted se salvara? Parece un verdadero milagro que sobreviviera en medio de
tantos peligros, cuando con un gran liderazgo entre los estudiantes denunciaba
continuamente al gobierno y los grupos gangsteriles. ¿Usted coincide conmigo en
tal certeza o tiene alguna otra razón que lo explique?
Fidel Castro.- Te venía explicando la difícil situación de la lucha
por aquellos días.
En la Universidad
sucedieron hechos importantes en mi vida: la lucha contra el gobierno de Grau,
junto a personas honradas, a la gente que denunciaba las injusticias. Considero
mi participación en la expedición de Santo Domingo como un gesto noble y
altruista: me fui sin un amigo. Completamente solo, tomé el caminito así, para
participar en una acción organizada y dirigida en gran medida por quienes había
sido mis enemigos, sin decir nada en mi casa, sin decir nada a nadie.
Después, por las
mismas razones, me enrolé en el estallido de Bogotá, y también fui solo.
Puedo asegurar que
lo que hice entonces fue lo más altruista, lo más desinteresado, lo más moral;
aunque no fuera razón suficiente para decir que todo estaba bien. Debí también
medir o valorar mejor entre el sacrificio máximo, total y el objetivo de lo que
estaba buscando. Fue una de las etapas más altruistas, desinteresadas y
arriesgadas de mi vida. Fue muy duro para mí- recién salido del Colegio Belén,
y también poco tiempo después- enfrentarme a problemas graves sin ninguna
experiencia.
¿Cómo salí yo vivo
de todo eso? No es del todo milagroso, creo que mi conducta fue un gran freno.
¿Qué fue lo que posiblemente frenó muchas veces la mano de mis enemigos? Bueno,
los gestos que yo tenía: no les tenía miedo, me metí en una expedición y
contaba con mucha simpatía entre los estudiantes; entonces, como quiera que
sucediera, mi muerte habría sido, en aquella época, en tales circunstancias,
algo muy escandaloso. Me defendí como el domador de leones, haciendo ruido con
el fuete y contando con la simpatía entre mis condiscípulos. Creo que me ayudó
el hecho de ser un tipo solo. En dichas circunstancias, ellos quizás pensaron
como Batista, que yo no podía hacer gran cosa solo. Por lo menos los irritaba,
los irritaba tremendamente.
¿Por qué no me
mataron? Algunos de tales elementos psicológicos debieron influir; pero tampoco
me mató Batista, aunque considero que él calculó más que era un muerto pesado y
no un enemigo inofensivo. Ya tenía u n muerto pesado, porque sobre él gravitaba
la acusación de que era el asesino de Guiteras. Prefirió no complicarse en
aquel momento, era más conveniente para él.
¿Nos tendría algún
respeto por el hecho de que hubiéramos desafiado su poder, su Ejército? ¿Habría
algún respeto? No es imposible, no es del todo imposible. O sea, Batista no me
mató porque su reacción conmigo fue semejante a la de aquella gente. No puede
ser u milagro, tiene que existir una explicación, que no fue precisamente la
prudencia mía. Yo debí ser más prudente, no más prudente, debí ser prudente, y
creo que todo se hubiera podido lograr sin necesidad de aquellos desafíos.
Si hubiera sabido
entonces lo que conocí después, no hubiera entrado en tales desafíos donde las
posibilidades de éxito no existían. Luego lo hicimos cuando el gobierno de
Batista: no fuimos a atacar Columbia, organicé para atacar al otro extremo de
la isla, en una guerra de otro tipo; nosotros no desembarcamos por La Habana ni por Manzanillo: no
intentamos ocupar Manzanillo ni Santiago de Cuba, los tomamos después. Había que saber qué objetivos podíamos tomar.
Si tal experiencia la hubiera tenido cuando ingresé a la Universidad, ¡ah! ¿Qué
era lo que sabía yo? Lo que aprendimos después. Ya ahora no vale, después de 50
años de Revolución, ¡pero a año y medio
de haber salido de los colegios de los jesuitas! Hubiera sido muy útil para mí
todo lo que sé hoy.
En aquella época de
la Universidad se perdieron muchos jóvenes en luchas inútiles, estériles.
Aprendí mucho, después, a lo largo de toda la historia de la Revolución. Luché incansablemente por mantener la unidad.
Katiuska Blanco.- Comandante, el 4 de septiembre de 1995, el Aula Magna
de la Universidad, le escuché decir algo sorprendente para mí: “Y si me falta
algo por decir es que, aunque aquí hubo luchas y hubo conflictos- aquí en esta
Universidad-, que he mencionado, unos cuantos de los que fueron enemigos aquí,
y algunos de los que hasta quisieron matarme y estuvieron en planes de matarme,
se unieron después a la Revolución con el Movimiento, sobre todo, en la Sierra
Maestra, en la guerrilla. Así que muchos de los que fueron adversarios aquí, y
fuertes adversarios después se unieron al Movimiento 26 de julio, y lucharon y
algunos murieron, para que ustedes vean las paradojas que tiene la vida y cómo
unos tiempos son sustituidos por otros. Tuvieron confianza y se unieron”.
Siento que fue una
suerte cubrir aquel acto en la Universidad como reportera del diario Granma.
Nunca olvidaré sus palabras.
¿Quince años
después usted conserva igual visión?
Fidel Castro.- Puedo ratificar todo lo que dije. Fueron vivencias
extraordinarias e inimaginables las de la Universidad por su repercusión. Allí
también aprendí que no se deben sobrestimar ni subestimar las fuerzas. En
cierto momento me dejé llevar por
ciertas ambiciones. Era muy prematuro para ser presidente de la escuela cuando
aún estaba en segundo año de la carrera. Claro, creí que estaba actuando bien,
que era el que más posibilidades tenía, el más fuerte, y quizás tenía razón en
cierto sentido; pero ¿por qué apresurarse?
En realidad,
aquellos encontronazos con la mafia de la Universidad pudieron haberme costado
la vida; sin embargo, me enrolé de Cayo Confites, no me frenó el hecho de que
mis enemigos fueran los principales jefes de aquella acción.
Yo contaba con el
respaldo de la masa universitaria, gozaba de gran simpatía entre los ortodoxos,
pero lo que hacía no era por cuenta de ese partido, ni el partido era
responsable de mis actos, y frente a todo andaba desarmado.
No sé si alguna
vez, en algún momento, pude haber estado armado en algún lugar, en una casa,
pero casi invariablemente estaba sin arma porque le estaba creando problemas
muy serios al gobierno, no iban a permitir que yo dispusiera de un arma, así
tendrían el pretexto legal para encarcelarme, lo que yo evitaba.
Katiuska Blanco.- Comandante, en medio de la situación de peligro en que
se vio involucrado por las campañas de Masferrer, el hervor de las luchas
universitarias contra el gobierno de Grau, sus denuncias de la corrupción y los
asesinatos, usted promovió la idea de hacer el Congreso de Estudiantes
Latinoamericanos ¿Podría narrarnos que acontecimientos lo llevaron a
desarrollar tal iniciativa? ¿Qué causas lo alentaron?
Fidel Castro.- Por entonces surgió la idea del viaje, una idea mía. A mi regreso de Cayo Confite
continuaba simpatizando con la causa dominicana y con la de Puerto Rico.
Antes de llegar a
tener una filosofía marxista, ya estaba en la lucha por la democracia en Santo
Domingo, en la lucha por la independencia de Puerto Rico, por la soberanía de
las Malvinas, la devolución del Canal a Panamá: ya acompañaba a todas aquellas causas
latinoamericanas. Entonces pensé en organizar el Congreso de Estudiantes
Latinoamericanos, para luchar contra las injusticias en nuestro continente.
No era una lucha
antiimperialista en el sentido leninista, sino patriótica, nacionalista,
latinoamericanista. Claro, ya me definía como un hombre de izquierda
totalmente, pero todavía no era un marxista-leninista; estaba muy cerca de
serlo, porque ya libraba una batalla contra el gobierno, la corrupción, el
robo, el peculado. Denuncié los crímenes como el de Jesús Menéndez, las
persecuciones y los asesinatos contra los dirigentes obreros y comunistas. Era
un hombre izquierda antes de ser un cabal revolucionario, en aquel brevísimo
período de tiempo, de apenas dos años.
Entonces, concebí
la idea de organizar en Colombia un Congreso Latinoamericano de Estudiantes al
mismo tiempo que tenía lugar allí una reunión muy importante: la IX Conferencia
Panamericana. Estaba pensando extender la lucha a América Latina y
organizar a los estudiantes
latinoamericanos. Fue en el período de la Guerra Fría, y estaba metido en
camisa de once varas: luchaba por la democracia de Santo Domingo, la
independencia de Puerto Rico, la devolución de las Malvinas, la desaparición de
las colonias y por la devolución del Canal de Panamá.
Desde época tan
temprana como en los primeros años, cuando apenas tenía dos años y medio de
haber ingresado e n la Universidad, hice el intento de organizar a los
estudiantes latinoamericanos y hasta elaboré la idea.
Por aquella época
Perón presidía Argentina, tenía conflictos con Estados Unidos y reclamaba las
Malvinas. Su postura era patriótica, nacionalista. Un argentino –Iglesias-
hacía mucha campaña a favor de los peronistas, por distintos temas y sobre
algunas medidas sociales adoptadas efectivamente, aunque había cierta confusión
todavía sobre lo que era el peronismo. Iglesias hizo contacto conmigo y les
planteé lo que pensaba y a ellos les interesó el programa por las Malvinas.
Estuvieron de acuerdo, quisieron cooperar e iban a mandar estudiantes peronistas.
Así es como se organizó el viaje.
No hacía mucho
tiempo, en Venezuela una revolución había derrocado al gobierno militar.
Acontecía lo que nosotros creíamos era una revolución, pero realmente era una
lucha política, democrática. Fue cuando finalizó el gobierno que encabezaba
(Rómulo) Betancourt y resultó electo presidente Rómulo Gallegos, el novelista.
En Panamá existía
una intensa lucha de los estudiantes alrededor de las demandas de los derechos
sobre el Canal de Panamá, una lucha nacionalista, patriótica, llevada por parte
de los estudiantes panameños.
En Colombia había
un movimiento estudiantil fuerte y se iba a celebrar la IX Conferencia
Panamericana.
Entonces, tracé un
plan. Reunimos un poco de recursos, muy pocos; ni recuerdo cómo conseguí los
fondos, si pedí algo en mi casa, los pasajes no eran muy caros. La idea era
viajar de La Habana a Venezuela para hablar con los estudiantes, expresarles
todo esto, pedirles apoyo. De Venezuela a Panamá primero. Planifiqué ir luego a
Colombia, hablar con los estudiantes, solicitar apoyo, era muy importante.
Mientras tanto ampliábamos relaciones con otros estudiantes.
Iba a movilizar
también a los argentinos, porque teníamos una coincidencia de intereses; lo de
Santo Domingo, lo de Panamá, lo de las colonias, y todo coincidía con la lucha
de los argentinos por las Malvinas. De modo que yo estaba ya defendiendo la
causa de las Malvinas desde el año 1948, hace más de 60 años que por primera
vez. Como estudiante universitario, empecé a defender dicha causa.
Organicé el viaje,
pero cometí un gran error, hice una gran tontería. Era en el mes de marzo,
¿cuándo fue lo de Bogotá? Los preparativos los realicé más o menos en el mes de
marzo. No habían transcurrido cinco meses de la expedición de Cayo Confites
contra Trujillo y yo me monté en un
avión – de aquellos aviones DC-3 con dos motores-, que hacía escala en todas
las islas del Caribe. Por entonces no había Jet ni aviones que volaran directo
a Venezuela; no, no, cuando aquello era DC-, unos avioncitos. El hecho es que
el avión arrancó de La Habana y aterrizó en Santo Domingo, Ciudad Trujillo.
Fue algo tonto lo
que hice. Llegué al aeropuerto de Ciudad Trujillo y creo que era
suficientemente conocido como para que supieran que era el Presidente del
Comité Pro Democracia de Santo Domingo y expedicionario. Me bajé del avión a
ver como era aquello por allí. Había unos tipos trujillistas, se veía claro que
lo eran, y me puse a conversar con ellos, sin disfrazarme, sin ocultarme, y
mientras estaba hablando, conversando sobre no sé que cosa, los tipos me
reconocieron, ¡suerte que la parada era muy breve!, de unos minutos nada más,
así que de súbito ya se iba el avión, me monté en él, arrancó y no me pasó
nada. Ahora me pregunto: ¿Qué hacía yo aterrizando en Santo Domingo, y en vez
de quedarme en el avión allí calladito, cómo es que me dispongo primero a
bajarme y luego a entablar conversación? ¿Cómo di lugar a que me reconocieran?
El avión fue haciendo escala no sé en cuántos lugares, hasta que llegó a
Venezuela- entonces no existía la carretera La Guaira.
Yo no tenía más
título que mis argumentos. A todo esto, había renunciado a ser dirigente
oficial, solo era una especie de dirigente espiritual. Organicé todo el
movimiento con el apoyo de la gente, pero no tenía un título oficial. Estaba de Presidente Enrique Ovares,
estudiante de Arquitectura, alguien mediocre a quién habíamos elegido como una solución conciliatoria.
Alfredo Guevara era secretario de la organización. Y yo sin ningún título
universitario estaba preparando un congreso.
Muy probamente esto
no gustó mucho a Ovares ni tampoco a Alfredo que, al fin y al cabo, eran los
líderes de la FEU y yo solo un agitador que había renunciado a los cargos
oficiales. Si yo hubiese matriculado como alumno oficial en la Universidad, en
la elección hubiera contado con el apoyo de la inmensa mayoría del
estudiantado, pero renuncié porque sentía que no me hacía falta hacerlo. Me importaba más luchar. Ya yo no importaba
prácticamente nada, me importaban las cosas que hacía, por las que luchaba y
vivía. Creo que es un momento muy
importante en la vida de cualquier hombre, cuando le importa mucho más lo que
hace, las cosas que hace, que uno mismo; le importa más que se resuelvan los
problemas que uno mismo o quién consigne las realizaciones. Es un momento
realmente esencial en el desarrollo político de un individuo, un punto vital.
Y estaba
organizando el congreso, no podía contar con Ovares porque él, al fin y al
cabo, aunque lo habíamos elegido, era un bobo, un mediocre completo, no sabía
ni dónde estaba parado. Creo que Alfredo tenía influencia en él porque contaba
con más preparación a lo mejor hasta los discursos que hacía Ovares se los
hacía Alfredo, como secretario.
Todavía no existía
una identificación plena de los comunistas conmigo, y creo que con razón,
porque todavía yo no era un marxista- leninista, pero puedo hacerles la crítica
de que no hicieran un esfuerzo por captarme porque, al fin y al cabo, yo habría
podido servir para luchador comunista, porque tenía la preocupación, el
temperamento, la sensibilidad. Posiblemente el hecho de que yo proviniera de un
colegio de jesuitas constituyera un prejuicio entre ellos. Si usted provenía de
un colegio de jesuitas, era un hijo de un terrateniente y, además, todavía no
estaba muy versado en marxismo-leninismo, tenía lógica que existiera algún
prejuicio. No importaba lo que hubiera hecho, si luchaba contra el gobierno, el
terror, la fuerza; si luchaba por causas justas.
Todavía no tenía
muchos títulos para merecer la simpatía, o al menos la confianza, de los 14 ó
15 cuadros comunistas que había en la Universidad, entre ellos, Alfredo
Guevara. Realmente en tales circunstancias estaba ignorando un poco la
dirección oficial de la FEU que ostentaba Ovares, no porque estuviéramos en
conflicto, sino porque no veía en dicho dirigente alguien con iniciativa o que
sirviera para algo.
Lo curioso es que
llegué, me reuní con los estudiantes y venezolanos y estuvieron de acuerdo
conmigo. Visité el periódico del Partido de Acción Democrática, incluso, logré
una entrevista con Rómulo Gallegos, a quién no vi porque estaba en una playa en
La Guaira. Todos estuvieron de acuerdo con realizar el congreso.
Estuve en Venezuela,
después en Panamá, fui a la Universidad, estremecida por una gran
efervescencia: un estudiante había quedado inválido por un disparo de los
marines yanquis, y se le consideraba un símbolo.
Lo fui a visitar,
hablé con él y logré que los estudiantes panameños también apoyaran el congreso
estudiantil. Ya contaba con el apoyo de los venezolanos y los panameños.
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